En los últimos tiempos, el liderazgo femenino se ha convertido en una nueva concepción de estilo de dirección y mando y todo un referente dentro del contexto empresarial.
Tal y como se autodenomina, parece que este estilo viene a contraponerse al liderazgo masculino, pero, ¿Deberíamos considerarlo como un estilo antagonista de otros?
Lo que concebimos como liderazgo femenino puede llegar a ser un concepto algo difuso e interpretable desde diferentes perspectivas. Para definirlo con exactitud, antes deberíamos considerar algunos matices.
Si lo pensamos bien, por existir, siempre han existido (y coexistido) muchos estilos de liderazgo en las organizaciones. Cada uno de ellos ha respondido a diferentes causas y ha tenido funcionalidades distintas.
Analicemos en este post, qué entendemos por liderazgo femenino y cuál ha sido su aportación en la alta dirección de empresas y en la gestión de equipos de trabajo.
Liderar es lograr que un equipo de personas alcance un objetivo en común. Es un proceso de estrategia y persuasión para influenciar en otras personas, para que te sigan y lo hagan con convencimiento.
Un estilo de liderazgo es la forma natural y personal que tiene un/a líder para conseguir su propósito. De cada estilo de liderazgo, hay que comprender sus consecuencias dentro de la organización, de su nivel de eficacia y los efectos que tendrá a corto y a largo plazo.
Cada persona, sea hombre o mujer, tiene una concepción distinta de lo que es ser líder. El estilo ejercido dependerá de múltiples factores, como su personalidad, formación, valores, principios, prioridades y la cultura organizacional en la que se mueva, aunque no necesariamente dependerá sólo de su sexo o género. Lo veremos más adelante.
Las organizaciones valoran estas diferencias de estilos y eligen a sus líderes en función de lo que consideran más apropiado. Aquí, nos podemos encontrar una variedad infinita de estilos de liderazgos, como personas hay en una plantilla. Cada líder impregna su sello personal.
Aunque tendemos a etiquetar y organizar los conceptos para su mejor comprensión, en realidad no existe un estilo de mando puro. Tanto es así que, en una única persona, pueden convivir varios estilos, siendo uno de ellos más predominante sobre otro. Los estilos de liderazgo no son estáticos, siempre están en permanente evolución a lo largo de la vida profesional.
Pero, ¿Qué es exactamente un estilo “femenino” o “masculino”?
Empecemos por entender sus diferencias:
El estilo femenino se caracteriza por:
- Tener una perspectiva más empática y asertiva con las personas.
- Promover una gran capacidad social y de interrelación.
- Dominar el mundo de las emociones, así como su expresión y el manejo adecuado para la mejor gestión de los conflictos.
- Destacar en capacidad de comunicación efectiva, generando una cercanía que fomenta la cooperación y la negociación entre iguales.
- Ser fuente de creatividad.
- Estar abierto y receptivo al cambio.
- Proporcionar en los equipos de trabajo flexibilidad y adaptación continua.
Lo femenino es:
- Observación y sensibilidad.
- Intuición.
- Perspectiva más holística e integral de las situaciones.
- Visión del conjunto, de un todo.
- Sutil y ejerce una autoridad más discreta e informal.
- Cohesión y unión grupal.
- Silencioso e indirecto
- Sus efectos inmediatos no son fácilmente reconocibles.
El estilo masculino se caracteriza por:
- Estar orientado al logro de objetivos.
- Estar enfocado en la acción.
- Ser racional.
- Ser dinámico y enérgico.
- Plantear nuevos retos.
- Tener una alta capacidad para asumir riesgos.
- Fomentar la competitividad en las personas.
- Impulsar la obtención de resultados y consecución de metas.
Lo masculino es:
- Estratégico y calculador.
- Autocontrol emocional, restrictivo y distante.
- Pensamiento analítico de los procesos y de la información.
- Perspectiva muy centrada en aspectos muy precisos de las situaciones.
- Focalizado en lo concreto.
- De estilo directo y ejerce una autoridad más formal y visible.
- Expansivo y conquistador de nuevos de territorios.
- Activo, buscando el efecto más inmediato y medible.
La distinción popular de estas dos tendencias de comportamiento, masculina o femenina, está influenciada por la polarización tradicional de los sexos, hombre o mujer y sus respectivos roles sociales que han asumido a lo largo de la historia.
En la mayoría de las culturas, los hombres estaban situados en la esfera pública y gozaban de un estatus de superioridad. Las mujeres, situadas en la esfera de lo doméstico, más privado, estaban sometidas al varón y en un estatus de inferioridad.
Claramente dividido y diferenciado, a cada sexo se le asignó un rol inamovible y excluyente. Es así que lo masculino se vinculó al hombre, cuando se le dotó culturalmente de una serie de características y roles. Y lo mismo sucedió con la mujer y el desempeño de su rol femenino.
La introducción del liderazgo femenino en las empresas (en la esfera pública) ha supuesto un nuevo enfoque sobre cómo hacer las cosas. El enriquecimiento y aportación que ha brindado es mayúsculo. Sin duda, el viejo modelo y paradigma empresarial se ha transformado con los años gracias a esta innovadora perspectiva. Su valor diferencial está en complementar y mejorar las carencias del viejo modelo masculino predominante, enmarcado en un único enfoque de limitadas posibilidades.
La incorporación de las mujeres en al mercado laboral y su ascenso a puestos de mando es responsable en gran medida de que este estilo haya cobrado cierto protagonismo. Ya sea porque las mujeres estemos dotadas de una esencia femenina innata o debido a nuestra herencia cultural, hemos sido capaces de hacer visible un estilo cuyas características también ofrecen ventajas a las empresas.
Si algo no debemos perder de vista es que ningún estilo de liderazgo es completamente eficaz por sí solo. Ninguno ofrece unas ventajas mayores sobre otro. Cada estilo tiene sus debilidades y sus fortalezas y son eficaces en la medida que se ajustan a ciertos contextos y funcionalidades.
¿liderazgo femenino o mujeres líderes?
Sorprenderá afirmar que el liderazgo femenino no es territorio exclusivo de las mujeres. Como tampoco el estilo masculino lo es para los hombres. Por tanto, no tiene por qué equivaler ser una mujer líder con estar ejerciendo un liderazgo femenino.
Si lo que pretendemos es explicar la incorporación de la mujer a los puestos de dirección y los retos a los que se enfrenta dentro del nuevo paradigma empresarial, estaríamos hablando sobre las mujeres líderes.
Si lo que queremos es destacar un modelo de liderazgo con características femeninas, por ser más próximas a lo que se ha entendido tradicionalmente como propias de mujer o al modelo no predominante, estaríamos hablando de liderazgo de estilo femenino.
Como hemos explicado anteriormente, los roles de género son asignaciones culturales, que se aprenden desde la infancia. Afortunadamente, ya existe una igualdad legal y de derecho entre hombres y mujeres, al menos en nuestra cultura actual. Cualquier sexo puede intercambiar sus roles y moverse por los espacios públicos y privados sin problemas.
Ser mujer directiva no implica obligatoriamente que esté ejerciendo un estilo de liderazgo femenino. De hecho, algunas mujeres han seguido dando continuidad al modelo masculino o se han servido de algunas de sus características para impulsar sus carreras profesionales.
Hoy en día es común ver a hombres que han asumido roles de liderazgo variados, que incluyen características femeninas. Teniendo en cuenta que no existen los estilos puros, habrá personas que de manera natural se identifiquen más con uno que con otro. Seguramente, a lo largo de sus trayectorias profesionales adoptarán múltiples roles, en función de las circunstancias y de su madurez psicológica y profesional.
Existen diferentes teorías para tratar de explicar las diferencias de comportamiento entre hombres y mujeres. Algunas concluyen que los roles de género son producto de una herencia cultural y el aprendizaje social. Hay otras, como en neuropsicología, que hablan que el predominio de un hemisferio cerebral sobre otro influye en nuestro estilo sea más femenino o masculino, indistintamente del sexo. Hay quien dice que nuestro sexo y comportamiento está determinado por nuestras hormonas, el ADN y la biología.
Leyendo todas estas teorías, a una le cabe preguntarse dónde está el límite entre lo aprendido y lo innato. Verdaderamente, si el cerebro humano dispone de tanta plasticidad como se dice, nacer hombre o mujer no debería determinar un comportamiento de por vida.
Nuestra capacidad de aprendizaje nos demuestra que podemos readaptar nuestra conducta, independientemente de nuestras tendencias naturales. Cuestión de evolución y adaptación al medio.
Cualquiera que se lo proponga y tenga disposición, puede aprender de las virtudes del estilo de liderazgo femenino o masculino y disfrutar de sus ventajas. Es independientemente del sexo al que pertenezca. En cualquier caso, es oportuno saber cómo optimizar el rendimiento como líder. Mejorarse, nunca está demás.
A qué retos se enfrenta el líder femenino ¿cómo diferenciarse? ¿Cómo competir?
Si observamos las características del modelo de líder masculino y las comparamos con el modelo femenino, parecen estar opuestos. Son como el aceite y el agua, casi incompatibles. Esta aparente diferenciación ha generado una polémica rivalidad y competencia entre ellos.
¿Es necesario que estos dos modelos compitan y luchen permanentemente entre sí? ¿Es posible que en el futuro se reconcilien y lleguen a coexistir? ¿Caminamos hacia otro modelo distinto que integre ambos estilos de liderazgo?
En el contexto actual, con el grado de concienciación social y empresarial que existe en materia de igualdad, no tiene mucho sentido diferenciar los estilos de liderazgo y empeñarnos en seguir confrontándolos.
Desde el punto de vista de liderazgo y gestión de personas, cobra más sentido encontrar nuevas fórmulas que ayuden a perfeccionar los estilos de mando existentes. La adaptación de las organizaciones a sus nuevas necesidades organizativas y económicas es crucial. Hay que pensar que el entorno de la empresa es dinámico y cambiante. Motivo por el cual ahora se demandan líderes mucho más versátiles y flexibles que antes.
La psicología de las organizaciones sabe mucho del comportamiento humano, de liderazgo eficaz y del liderazgo en tiempos de crisis. Cada vez más, los estilos femeninos y masculinos son más opacos y menos diferenciados debido al intercambio de roles que han ido asumiendo los hombres y las mujeres a los largo del tiempo.
Los expertos en Liderazgo y Dirección de empresas son conscientes de las ventajas e inconvenientes de cada estilo de mando. Conviene hacer hincapié en que, además de estos dos estilos, hay una amplia variedad de clasificaciones sobre el liderazgo, según otros parámetros y criterios.
La buena noticia es que, desde la alta dirección de las empresas, se intenta crear el modelo de liderazgo más integrativo posible. ¿Por qué? Para cubrir carencias y potenciar las mejoras de cada estilo.
Se puede concluir que tanto el modelo masculino, como el femenino, no son ni mejor, ni peor. Sencillamente, son dos modos de abordar y solucionar las distintas situaciones de las organizaciones. Y son enteramente compatibles y armonizables.
Las empresas ya conocen las fortalezas y debilidades de ambos estilos. La idea es conseguir optimizar sus equipos de trabajo diversificando las características de las personas que los componen y buscar su equilibrio.
Haciendo un símil, tal y como expresa la corriente filosófica del Taoísmo, existen en nosotros/as dos fuerzas, una el yin, que es femenina, y otra el yang, que es masculina. Son dos perspectivas (o fuerzas) que operan en la naturaleza por separado, pero que necesitan (interdependencia) combinarse armoniosamente para establecer una unidad más completa y eficaz.
Con esta visión integrativa sobre la gestión de personas, un nuevo rol de Liderazgo surge, mucho más inteligente y ecuánime. Lo masculino y femenino tomará decisiones conjuntas y ejercerán influencia recíproca, dando una respuesta más adaptada en la organización.
Entonces, el reto de las personas y líderes no estará en rivalizar y competir, sino en saber armonizar e integrarse en esta diversidad de estilos.
Seguramente, hoy nos encontremos en la antesala de una nueva era en cuanto a la organización empresarial y liderazgo se refieren. Quizá este acontecimiento sea parejo a los profundos cambios sociales y tecnológicos de nuestro tiempo.
Naturalmente, todos los procesos de cambio conllevan incómodos conflictos y, aunque nos cueste verlo, también hay excelentes oportunidades de cambio. No sería arriesgado decir que estamos ante un nuevo salto evolutivo.
Más que nunca, la “guerra de los sexos” no debería convertirse en un arma arrojadiza para rivalizar, en aras de una supuesta supremacía de un el sexo sobre su opuesto. Esto no sólo no facilita la igualdad, sino que es un obstáculo para los estilos de liderazgo evolucionen y se integren adecuadamente en las organizaciones.
La diferenciación y confrontación de estilos y de perspectivas son un claro síntoma de que es el momento para transcender esa polaridad y resolver el conflicto.
En nuestra mano está asumir el riesgo y el compromiso de intentar hacer las cosas de otra manera.